Probablemente no hay tiempo mejor que la
semana santa para entender lo que es la liturgia. Y tampoco para comprender si
el concilio vaticano II, del cual estamos celebrando en este año de la fe el
50º aniversario de su inicio, ha servido para algo.
Repito que ningún tiempo mejor que la
semana santa para entender lo que es la liturgia, porque ésta es definida por
el concilio vaticano II, en su constitución dogmática sobre la liturgia
Sacrosanctum Concilium, en el número 7 como “el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los
signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación
del hombre; y así, el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus
miembros, ejerce el culto público integro.”
Sé que corro el riesgo de que al final
solo se recuerda esto, pero me arriesgo a fin de que podamos comprender mejor
lo que estamos a punto de celebrar. (sacar tubería)
....
Seguro que muchos de ustedes se preguntarán que tiene que ver una tubería con la semana santa y la liturgia. Que yo sepa nada, salvo que es una imagen que nos puede ayudar. Es cierto que nos ayudaría más poder traer una tarjea como las que recorre mucho de nuestras tierras, pero eso no me es posible traerla, por eso me conformo con este pequeño trozo de tubería.
Para comprender la liturgia hemos de
situarnos en clave de fe, de lo contrario solo asistiríamos a un teatro mas o
menos cuidado, mas o menos emotivo. Hemos de situarnos en la clave de encuentro
entre Dios y su pueblo. Más bien, en la clave de la voluntad salvífica de
nuestro Dios. Éste ha querido salvarnos, darnos nueva vida, recrear el mundo
roto por el pecado, salvarnos de todo aquello que nos impide vivir en plenitud.
Para ello mando a su hijo Jesucristo, hecho hombre y nacido de la virgen María,
para que Él, entregando su vida y su cuerpo humano en ofrenda obediente a la
voluntad de Dios Padre y por amor a la humanidad, nos librase del pecado y nos
diera nueva vida por su resurrección. Podíamos decir que por su muerte nos
quitara la muela picada y por su resurrección nos pusiera una nueva en su
lugar.
Pero, ¿cómo participamos nosotros de esa
vida? ¿Cómo llega hasta nosotros esta salvación? Es el Espíritu santo quien nos
injerta en este río de vida que nace del costado traspasado del Salvador.
Podemos decir que el espíritu santo es como la savia que nos llena de vida,
desde el momento en que somos injertados por el bautismo en la viña que es
Cristo por el viñador, que es Dios
padre. Pero ¿dónde recibir el Espíritu, donde encontrar el Espíritu que me renueve,
que me santifique, que me divinice? En la Iglesia a través de la liturgia. La
iglesia como comunidad es el templo en el que habita y por tanto puedo
encontrar al Espíritu que por los sacramentos, especialmente el bautismo habita
en mí y me va santificando, vivificando, va transformando, transfigurando,
divinizando mi vida.
¿Cómo llevar el agua desde los nacientes
o galería a las huertas, a las casas? Podría ser la misma pregunta, pero
referida al agua de vida eterna. Por eso, el ejercicio del sacerdocio de
Cristo, el ofrecer su vida en la cruz para nuestra salvación, llega a nosotros
a través de los signos sacramentales ,
tales como el agua derramada en la cabeza, el anillo en la mano de la pareja,
el aceite en la frente o en las manos,… que significan, es decir, nos hablan,
nos evocan una realidad espiritual y divina, una realidad salvífica, que a la vez
realizan. La unción con aceite, cuyas
manchas sabemos son muy difíciles de quitar, al ser confirmado, no solo evoca
al Espíritu que irrevocable habita en nosotros, sino que hace que por la acción
del obispo y la fe del que lo recibe, el Espíritu entre en él e ilumine sus
decisiones y fortaleza su actuar y su sufrir.
Podríamos decir que de igual manera que
el agua que nace en una fuente necesita una serie de canalizaciones a través de las cuales poder llegar a donde es
necesaria, la vida nueva de Cristo sacerdote llega a nosotros a través de la
canalización de los signos de los sacramentos, que no solo me hablan de la
salvación de Dios, sino que la realizan en mi.
Aún recuerdo una caja de metal azul que
contenía una inyección de cristal, cuando se reutilizaban hirviéndolas pues no había de usar y tirar. Para mí,
estando malo, verla evocaba el estremecimiento del poco deseado pinchazo, que
poco después, irremediablemente, se realizaba.
Podemos entender ahora el servicio de
imagen y de recuerdo de lo que es la liturgia para nosotros que nos presta la
tubería. De igual modo que ella nos transporta el agua, la liturgia nos lleva
la salvación.
Por eso la semana santa es un tiempo
propicio para entender lo que es la liturgia, y no solo porque las
celebraciones son ricas en signos, gestos, cantos, posturas que todas ellas nos
hacen participes de la vida divina de nuestro Dios, sino porque celebramos el
momento en que Cristo ejerce su sacerdocio, entregándose por nosotros, su
pueblo, su cuerpo, su iglesia.
Pero también les decía, que la semana
santa es un tiempo propicio para evaluar si el concilio vaticano II ha servido
para algo. El primer documento aprobado por los padres conciliares fue el de la
sagrada liturgia. Para algunos estudiosos del concilio no es casualidad. El
escaparate de la iglesia para muchos creyentes y para casi todos los que no lo
son es la liturgia, las celebraciones de la iglesia. Y en los principios de
reforma de la misma, en sacrosanctum concilium, parece el concilio querer poner
las dos líneas maestras de todo lo que quería cambiar: primero, fidelidad a lo
fundamental pero cambio en lo secundario. Y segundo, iglesia somos todos.
Primero, fidelidad a lo fundamental, a lo
que no se puede cambiar porque entonces seriamos infieles al mensaje y a la
voluntad de nuestro señor Jesucristo. Pero cambio en todo lo demás. Por
ejemplo, siete sacramentos. Pero celebrados de manera muy distinta. O al menos
con cambios serios y profundos. La misa, por ser quizás la celebración más
conocida, prácticamente no ha alterado su estructura interna de cómo es
descrita en la didaje, escrito cristiano del siglo segundo de nuestra era, hace
ya casi 2000 años. Pero muchos recordarán el cambio de la lengua, de ver la
espalda a ver la cara al cura,…
Pero en este ser fiel a lo fundamental,
surge como piedra angular en la liturgia el misterio pascual de Cristo, su
muerte y resurrección, el ejercicio de su sacerdocio. Todo vale en la medida que nos lleva a
celebrar y vivir este misterio, y no sirve si lo que logra es ocultar o
alejarnos del mismo. Además, todos los sacramentos, ritos, fiestas etc tienen
razón de ser en cuanto nacen de este misterio o son manifestación de los frutos
del mismo, como son la celebración de los santos.
Y en segundo lugar está que iglesia somos
todos. Esto es la liturgia se traduce en una palabra un poco extraña:
participación. Cuando hablamos de participación en la liturgia no nos
referimos, a menos de un modo principal y fundamental, a que hagamos cosas, por
ejemplo leer, cantar o hacer la colecta. No. Se refiere más bien a que estás
cosas que hacemos, vemos, oímos, decimos, no se queden en lo exterior de
nuestra vida, sino que nazcan de nuestro corazón y lo remuevan, lo conmuevan,
lo hagan nuevo.
Sobre la participación volveré luego,
pero creo que ya podemos pararnos a pensar si el concilio vaticano II ha
servido para algo. Comparto con ustedes una experiencia vivida en los años que llevo de párroco.
En ellos, mis mayores problemas eran si
nombraba o no el apellido de un difunto en la misa, líbreme Dios de olvidarme
de nombrarlo; si salía la virgen con cual o tal manto, si la procesión iba por
tal o cual calle, si tenía más o menos
flores, si iba o no torcida la vela, si tal o cual podría ser padrino o no, que
la foto de la comunión,… ahora: ¿eran los problemas que preocupaban a aquellos
cristianos como llevar el evangelio a las nuevas generaciones, como construir
una sociedad más justa, la atención de los enfermos y de los necesitados? Creo
que por cada cien desilusiones de aquellas encuentra uno una alegría de estás.
Y diciendo esto pienso que algo de culpa tendré yo, que soy su pastor, si años
después la cosa sigue igual.
Aún me entristece recordar cuando alguien
me dijo que mejor guardará todas las colectas para restaurar una imagen en vez
de enviarlas a caritas y tonterías como esas; o cuando al llegar el Cristo de
argual en la procesión del jueves santo a los límites de la parroquia de los
remedios, un señor le tocaba el carro y le decía: pórtate bien que entras en
territorio enemigo.
Y no digo yo que no tengan cabida muchas
de estas cosas en la vivencia de la fe, pero resulta cuando menos curioso que
desate un debate serio y profundo la arruga del mantel de la mesa cuando sobre ella
solo hay platos vacíos por falta de alimentos ante sillas vacías que nunca se
llenaran porque no hay comensales ni se les espera, ya que nosotros estamos muy
ocupados y preocupados en discutir sobre la arruga del mantel, quien la plancha
y quien lo pone.
Por eso, espero que la semana santa de
este año de la fe nos ayude a entender que celebramos la entrega por amor de
Cristo en obediencia al Padre para nuestra salvación en celebraciones
litúrgicas y distintos actos de piedad popular, que a la vez que recuerdan y
manifiestas, recrean o aumentan en nosotros esa vida.
Pero espero también que no dejemos caer
en saco roto la invitación del concilio a ser fieles a lo fundamental y renovar
lo secundario, si esto es obstáculo o tapa el acceso a lo central, el misterio
pascual, en vez de acercarnos a él. Hace 50 años nuestros pastores nos dijeron
que la ley de oro en la vida de la
iglesia no era: esto siempre se ha hecho así, sino esto me ayuda a
crecer en la fe y a crecer en santidad. Y para ambas cosas, crecer como creyentes y
dejar que la gracia del Espíritu me santifique, cuidemos nuestra participación en las
celebraciones.
Pero al margen de esta clase de
introducción a la liturgia posconciliar, cuando alguien como yo, hijo de esta
ciudad de santa cruz de la palma y nacido a la fe en esta parroquia de El
Salvador se sienta a pensar que le han pedido hacer un pregón para la semana
santa de esta ciudad, no puede evitar que innumerables
recuerdos que se me vengan a la
cabeza. Desde ayudar a poner las imágenes en sus tronos, hasta poner las velas
en sus fanales, desde ayudar a preparar las velas del monumento hasta limpiar
la plata del mismo, desde preparar los ornamentos para las celebraciones como
ayudar a cambiar los bombillos que se habían fundido, … y cuando estos
recuerdos llegan a los años que pase como cofrade de la cofradía del santo
encuentro, uno recuerda las reuniones preparatorias, el pedir que prepararan el
hábito, el dolor de cabeza del peso del
capirote, el frío suelo al ir descalzo, el venir un buen rato antes en esa
mezcla de nerviosismo e ilusión previa a salir la procesión, siempre mirando al
cielo para que el tiempo acompañe,… y aun otros muchos recuerdos anteriores,
como el venir una hora antes para poder coger sitio el jueves santo, día que
además se estrenaba ropa, el silencio sobrecogedor de la ceremonia del santo
entierro solo roto por la marcha fúnebre que toca la banda municipal de música y
ese casi terrorífico momento, al menos para un niño, de oír el ruido sordo de
la caja al cerrarse mientras el templo queda a oscuras en un ambiente cargado…
También recuerdo otros hechos más
anecdóticos, como cuando se le quemo el traje que estrenaba a san Juan
evangelista. Y otros que, gracias a que Dios
ha querido que participara del encuentro santo con él, que el papa emérito
Benedicto XVI recuerda en deus caritas est es el origen de la fe, cobran un
sentido insospechado. Me refiero a una experiencia vivida hace casi 30 años,
pues si no me falla el dato, fue en 1983 cuando el entonces párroco de El
Salvador, d. Manuel Glez. Méndez, en gloria esté, trajo desde Roma la imagen
conocido popularmente como el Cristo del Clavo. Durante varios días estuvo
expuesta para que todos lo pudiéramos
ver mejor enfrente de su capilla. Yo, que entonces contaba con 8 años, 9 a lo
sumo, si me equivoqué de fecha, recuerdo que tras la misa lo fui a ver con mi
madre. A alguien que todavía está en esa edad que cualquier cosa le impresiona
mucho, recuerdo el impacto que me produjo una imagen tan realista y lograda.
Pero cuando pregunté la razón de porque tenía el clavo aun entre los pies, mi
madre, repitiendo lo que el párroco había dicho imagino, me contó que el autor,
tristemente fallecido poco después y ya cuando me lo decía, había querido
expresar con este gesto que Cristo aún seguía clavado, crucificado, mientras
haya personas que sufren en el mundo.
Casi 30 años después, tras casi 11 de
sacerdote y 5 de delegado arciprestal de caritas, este último en la caritas
arciprestal de santa cruz de la palma, comprendo la profunda fe que está
persona dejo plasmada en este detalle. Y la gran realidad que contiene. Y no
solo porque recuerde ese pasaje del evangelio de Mateo, que dice: cuando lo
hicieron con uno de estos, mis hermanos pequeños, conmigo lo hicieron, sino
porque la vida pone delante, demasiados rostros de Cristo sufriente. La fe me ayuda a ver que Cristo, y estoy
convencido que igual que yo lo ven cientos, miles de cristianos y personas de
buena voluntad, a Cristo que sigue
clavado a la cruz, Cristo no ha dejado de sufrir. No puede dejar de sufrir.
-
Porque Cristo sigue orando en el huerto de Getsemaní cuando
le cuesta aceptar la muerte inesperada de un ser querido, cuando le cuesta
asumir el diagnóstico de un cáncer o la noticia de que murió en la carretera el
ser que amabba, cuando pide desesperado que si es posible le perdonen la deuda,
o esperen un mes más el alquiler, o que no le eche pues sino como dar de comer
a sus hijos;
-
Cristo sigue preso de
contratos e hipotecas abusivas, de leyes injustas, a la vez que llora pues no
sabe con llegar a fin de mes con 426€ un alquiler de 300, los niños, la luz y
el agua, mientras encima un gallo te dice que a lo mejor es culpa tuya que no
has sabido triunfar en la vida como otros, o te recuerda la verdad de que si
hubieses ahorrado, pero por desgracia el tiempo no da marcha atrás;
-
Cristo sigue siendo azotado,
golpeado en las mujeres que son maltratadas en el silencio de su hogar o
utilizadas y vendidas en las carreteras y calles de nuestros pueblo y que
encima tienen que escuchar que así son las cosas, que es normal porque los que
le pegan o usan lo hacen porque las quieren o, simplemente, porque los hombres
son así; es azotado en los desahuciados de sus hogares, en los desempleados de
larga duración, en los que ya no reciben ningún tipo de ayudas, y encima les
miran mal cuando van a cáritas, porque allí van los que no lo necesitan, los
cara duras, los que quieren vivir del cuento;
-
Cristo camina con la cruz del
paro buscando trabajo, mientras carga con sus hijos e hijas, incluso los padres
mayores, y cae, pues no entiende que ha hecho mal, porque de nada sirve protestar, pues no
entiende como robar 20€ es delito y 20 mil no, porque no entiende que unos veranean en habitaciones
de 1000 € la noche y cobran millones, porque no entiende que ni siquiera los
que son culpables, nunca van a la cárcel ni mucho menos devuelven nada, y a
veces, abrumado, cae en la droga, el alcohol, la ludopatía, la depresión;
-
Cristo paciente y humilde
sufre solo en el que, por ser extranjero, encima de dejar su patria viene a
otro país soñando una vida mejor y lo que encuentra es que mejor no ponerse
malo, pues no le atienden, esperando le den una bolsa de comida o algo de ropa
para descubrir su desnudez, o una habitación para poder bañarse tras días
durmiendo en la calle o en un coche, paciente y humilde espera que su trabajo
indefinido lo sea de verdad, paciente y humilde aguanta todo en su trabajo, en
el cual no se atreve a decir nada, pues sabe, como le repiten a menudo, que si
no estás contento, tu puesto de trabajo lo están deseando muchos;
-
Cristo sufre crucificado en
los enfermos de sida cuyo centro ha de cerrarse porque hay dinero para otros
gastos, pero para ellos no, en los inmigrantes para los que no hay nada, en los
enfermos encamados, en las madres solteras que no encuentran ayuda,
-
Cristo, muerto ya, ha dejado
de sufrir, al no tener la más mínima esperanza, pues si los países ricos no
dejan de reducir gastos, ¿que migajas les quedará a los que necesitan de las
ayudas para el desarrollo para mantener viva alguna esperanza de futuro? ¿Como esperar paz si se deja de vender armas
para que no la haya?
-
… de ellos solo se acuerda la
madre que lo coge en brazos, la misma que acude con esperanza y, en medio de su
desesperanza, pide un trabajo para su hija o su nieto, la misma que en dolor
vence la vergüenza y se come su orgullo al venir a pedir, pues aguanta su
hambre, pero la de sus hijos no. La misma a la que no le queda mas que llorar porque no entiende, no
comprende, ya no puede sino llorar, pues es lo único que no le pueden quitar.
Pero como Cristo ha roto la puerta que lo quería
dejar encerrado hasta otro año, como Cristo ha parado la marcha fúnebre para
entonar el himno a la alegría, como Cristo se sigue empeñando en rasgar la
oscuridad de la noche con la luz de su vida, que como el agua, se vale de
cualquier resquicio para inundar el mundo, como Cristo hace nuevas todas las
cosas, también la fe me ayuda a saber que todo esto no está avocado al fracaso.
Y me ayuda a ver a Cristo que, despojado de su manto y con la toalla bien
sujeta, toma agua y lava los pies. Me alegra y llena de esperanza, a la vez que
me cuestiona, ver el rostro de Cristo servidor en quien perdiendo
su legitimo tiempo de ocio, sus legitimas ganancias, cuida o visita al
enfermos, en cientos de voluntarios que dedican su tiempo a ayudar, acoger,
formar, acompañar, dar pescado, enseñar a pescar, preguntarse porque no hay
pescado y luchar por transformar un mundo que se sigue empeñando es quedárselo
todo para unos pocos, puedo ver a Cristo
servidor en quienes, y aun estoy por
saber como, estiran su pensión para
vivir ellos y hacer vivir con su donativo y su cuota de socios, en quien separa
una bolsa de lo comprado para aquel que no puede, veo a Cristo servidor en
quien busca soluciones y no solo problemas, en quien suma y no separa, en quien
reparte sonrisas, la fe también me ayuda a ver a Cristo portando una rama de
olivo y de palmera, signo de esperanza y de profetismo, gritando a los cuatro
vientos que otro mundo es posible, que hay esperanza, que ese no es plan de
Dios, que nunca hay limites para soñar, me ayuda a ver a Cristo en voluntarios
de caritas, entreculrutas, manos unidas, y otras muchas instituciones y ongs
que con la fuerza de la cruz abrazada, y el mandato del amor tatuado en su
corazón, aunque no crean a veces en la que mano lo hizo, son cireneos que
portan la cruz de los que el mundo
quiere olvidar o relegar a números sin rostro, y por tanto, números, no
historias, sino números, no historias de dolor, solo números. Quizás
olvidando que tal vez el próximo número
de esa lista puede ser él.
Pero sobre todo, me alegra que la fe me
ayude a ver a Cristo resucitado en el que, gracias a proyecto hombre, es un
hombre nuevo libre de las ataduras de las drogas, ver a Cristo resucitado en
quien gracias a alcohólicos anónimos, es libre de las ataduras del alcohol;
verle resucitado en la sonrisa de los niños y adultos a quienes un proyecto de
manos unidas o entre culturas ha hecho tener una vida más humana, quizás con
más futuro; en quienes mantienen viva la esperanza de un trabajo porque me han
dado una formación, en quien mantiene viva la esperanza pues encuentra una
puerta abierta en la que sentirse acogido, ayudado y animado a levantarse y
caminar de nuevo, en quien logra reinsertarse en la sociedad tras salir de la cárcel,
o tras salir del centro de menores inmigrantes con un trabajo y un hogar, en
quien al menos aleja el fantasma del hambre,…
Por eso, les invito a vivir y celebrar
esta semana santa con una participación plena, consciente y activa. Pues el
concilio vaticano II, como antes decía
de pasada, nos invitaba a todos a dejar de ser espectadores mudos y extraños en
las celebraciones para ser protagonistas de las mismas de una manera activa
pues nos preocupamos en preparar, adornar, ensayar, colaborar, leer,… pero que
también es participación fructuosa porque me ayuda a crecer como persona, como
creyente, como misionero. Y consciente pues nuestra alma está en consonancia
con nuestra voz, porque siento, creo, me comprometo en lo digo y hago con la
verdad y la fidelidad de los pactos y promesas de nuestros mayores, cuando el
contrato era innecesario, porque la sola palabra bastaba. Consciente porque entiendo y vivo, no cumplo;
porque se distinguir los secundario de lo fundamental. Consciente porque no
quiero ni pretendo convertir la celebración de los misterios que nos dieron
nueva vida en cómplice o causa de mantener unas actitudes y una sociedad, un
status que quita la vida, consciente porque quiero que la celebración de la
muerte y resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo me ayude a
complicarme la vida y perder la vida, pues en mi, por mi y conmigo quiero que
Cristo lave los pies; me enseñe a
interrogarme como vivo la vida, a convertirme en la vida, pues quizás en mi y
conmigo Cristo sufre, pero tengo que reconocer que las más de las veces soy el
clavo que impide que Cristo deje de estar crucificado en el mundo.
Siento que alguno que me escucha, llegado
a este punto podría preguntarse cual es la prueba del algodón o del nueve que me ayuda a saber si
vivo la semana santa con una participación plena consciente y activa, o no;
saber si hago de la semana santa una acto cultural o un acto de fe.
Pues es muy sencillo. Todo depende de lo
que dure para cada uno la semana santa.
Y no me refiero a si se acaba el viernes santo o el domingo de resurrección,
aunque ciertamente este puede ser un buen termómetro. Me refiero a si se acaba
o no. Pues cuando se participa de las
celebraciones de la semana santa de una manera plena, consciente y activa, se comprende, se cree y se vive que a Jesús, Señor del huerto, preso,
atado a la columna, nazareno o de la caía, de la piedra fría, del calvario o de
la piedad, como al Cristo del clavo, lo tenemos siempre procesionando en las calles de la ciudad cada día del año.
Solo hemos de dejar que Dios, con la gracia de su Espíritu, nos quite las
cataratas que nos impiden verlo. Y que nos ilumine para ponerle el manto de la
comprensión, bordado en infinitos minutos de oro de visita, escucha y paciencia,
llevando las flores de las obras de caridad y los cirios de los consejos que le
iluminen la vida y de las bromas que se la alegren.
Pues si de algo me ha servido ser durante
estos años delegado de distintas caritas arciprestal es para comprender que
cuando Jesús dijo que tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de
beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, estuve
enfermo y en la cárcel y me visitasteis, no quiso decir que me pusiste tal o
cual manto, me trajiste tal o cual flor, me pusiste oro o plata. No. Cuando
dijo tuve hambre y me diste de comer se refiere a que tuve hambre y me diste de
comer. Lo otro me servirá a mi como manifestación de amor, si es que manifiesta
amor y no otra cosa.
Los egipcios creían que al final de la
vida todos eran juzgados, y concebían tal juicio como una balanza en la que se ponía
en un plato el corazón y en otro una pluma. Si pesaba más la pluma es que el
corazón era bueno, pues significaba que el corazón estaba limpio de maldad. Que celebrar estos días nos ayude a estar
junto al corazón traspasado del Salvador, para que, además de sacar de él las
aguas que dan la vida, comprendamos, creamos y vivamos que lo que hace latir
ese corazón, el sagrado, es el amor a todos y cada uno de nosotros, sintiendo
predilección por los pobres.
Hermanos y hermanas, celebremos de tal
modo la semana santa que la estemos celebrando el resto del año, de modo que
estudiemos como quitarnos el manto, ceñirnos la toalla, hincar las
rodillas y llenar la jofaina, pues como
magistral e insuperable dijo san Juan de la Cruz: al atardecer de la vida, me
examinarán del amor. Amor a Cristo, sí, pues esto es lo que me hace cristiano,
agradecer con amor lo que reconozco he recibido del amor gratuito, inmerecido e
incondicional de Dios, amor a Cristo, sí, que es la fuente, motor y norma de
todo lo que hago y digo. Pero amor a Cristo que se verifica en que hago mío lo
que el ama, que se verifica en que hago muy su causa, el reino de Dios.
Y por otro lado, está que la necesidad de
encuentro con Cristo, de recibir su gracia, su perdón, de permanecer alerta a
su llamada, de recargar las pilas para poder mantenerse en su servicio de
construir un mundo según su proyecto original, de atención a los más
necesitados, no puede ni debe acabarse, si es autentica y adulta, en el viernes
santo ni en el domingo de pascua. Pues un coche que caminara y caminara sin
pretender repostar, tarde o temprano se pararía, y más si tiene que subir
constantemente cuestas. Hay que repostar, hay que ir a la gasolinera de Dios,
que es su palabra, que son sus sacramentos, para que el surtidor de Dios, su
liturgia, llene el depósito de nuestra vida para poder seguir caminando en el
seguimiento del Señor, guiados por la luz de su evangelio, y hacer camino al
andar con cada paso que damos, camino que es de cruz pero que tiene como meta
el alba del cielo nuevo y de la tierra nueva en la que habite la justicia, que
Dios quiso para cada uno de nosotros y que nos devolvió, tras rechazarla en el
pecado, por la pasión, muerte, sepultura y resurrección de nuestro señor
Jesucristo, que estamos a punto de celebrar, espero que de una manera
consciente, activa y plena, para mayor gloria de Dios, nuestro bien y el de
toda tu santa iglesia.
Miguel Jesús Guerra Rodrigez