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PREGÓN DE UNA SEMANA SANTA DIFERENTE (26 marzo 2020)

Hace un año, más o menos, nuestra ciudad engalanada se disponía a celebrar con solemnidad la Semana Santa. Las cofradías estaban preparadas; los tambores, a punto; los pasos, con sus flores y sus imágenes listas para procesionar. Palmeros y visitantes, creyentes o no, amantes del arte o simplemente curiosos, comenzaban a llenar nuestras calles.

Este año, sin embargo, a nuestro alrededor, solo hay silencio y un sentimiento casi apocalíptico que nos invade. Ahora todo es diferente. Intentamos mantenernos ocupados en nuestras casas, tratando de no desesperarnos, mientras el reloj, que sigue marcando el paso del tiempo, y la vida, que prosigue su curso, nos sitúan de nuevo ante esos mismos días; los mismos, pero no iguales.

En medio de esta situación tan compleja en la que nos encontramos, me gustaría que viviéramos este momento como una oportunidad para acercarnos de una manera distinta a la SEMANA SANTA de Jesús, desde el Domingo de Ramos hasta su RESURRECCIÓN, y también a la nuestra.

Te invito a que cierres los ojos y traigas a la memoria de tu corazón nuestras procesiones, nuestros sonidos, nuestros olores. Me gustaría que te fijaras en algunos detalles: en las miradas, en las manos, en los silencios y en la Virgen.

Hay muchas MIRADAS

Miradas de misericordia, como la del Señor del Perdón ante las negaciones de Pedro, que nos recuerdan que para Dios todo puede ser perdonado, incluso la negación del amigo ante aquellos que lo señalaban como de los suyos.


Miradas de dolor ante una caída por el peso de la Cruz, como recordamos el Miércoles Santo.  Porque en esa Cruz van la lucha por la justicia, el dolor de los que sufren, la exclusión de los más pobres, la falta de libertad. Y bajo ese peso cae Jesús, el Señor de la Caída, en el silencio de la noche, arropado por el sonido de las cadenas en la calle Real.

Miradas que se elevan al cielo como un grito desesperado: “¡Padre, que pase de mí este cáliz!”. Ese clamor escondido en la procesión del Huerto que nos traslada a aquella noche de angustia y soledad en la que ni los más cercanos se mantuvieron despiertos junto a Él.
“¡Padre!”; un grito que se prolonga hasta el Calvario, pero esta vez no para pedir por Él, sino para implorar el perdón para los que lo estaban crucificando.

Hay muchas MANOS

Manos que alaban y que se unen en los cantos de la mañana del Domingo de Ramos. Manos que bendicen desde una burra, mientras como Comunidad salimos a la calle cantando y proclamando a Jesús como nuestro Dios, como el Santo, como el que viene en el nombre del Señor.


Manos atadas con cuerdas, que nos recuerdan al preso, al juzgado, al inocente que es entregado por envidias, por miedo, por cobardía. Cuerdas que inmovilizan las manos que sanaron, que dieron de comer, que acogieron a los más necesitados y que ahora lo mantienen sujeto a la Columna, flagelado, coronado de espinas, con la luna llena y la calle de La Luz como testigos.

Manos que esperan, sí, que esperan que se cumpla la promesa de Dios Padre, mientras descansan en el cuerpo inerte del Señor del Clavo, que no habla de muerte sino de Amor, de vida entregada, de generosidad, de obediencia al plan de Dios, de esperanza en la Resurrección.

Hay SILENCIO Y SOLEDAD

Simplemente hay que contemplar, o mejor acompañar, al Señor de la Piedra Fría. Jesús, solo, y ante Él toda su vida. ¿Dónde quedaron sus discípulos? ¿La gente que lo seguía? ¿Aquellos a los que dio de comer y a los que sanó de sus enfermedades? ¿Qué quedó de todo aquello? Solo silencio y soledad. La oscuridad de la noche acompaña la imagen; y la oración de los fieles, que recorren con ella las calles de esta ciudad.

Hay MADRES

Hay muchas imágenes que nos recuerdan la figura de la Virgen. La que es preludio, en el Viernes de Dolores,  de lo que va a suceder; la que nos recuerda que María nunca perdió la Esperanza y en su manto verde lleva clavados los sueños de Dios para ella; la Madre que acompaña a su Hijo camino de la Cruz o lo contempla clavado en ella; o la que  está buscándolo por las calles, pidiéndole ayuda a Juan porque no quiere que su Hijo muera solo, una Madre que sale al Encuentro y que en la plaza de España, mecida por los pequeños pasos de los cargadores, escucha al Nazareno decir:  “Madre, ¿no ves que hago nueva todas las cosas?”. Y la Madre que lo acoge en su regazo al bajarlo de la Cruz, como lo acogió en Belén, esperando el momento de la RESURRECCIÓN.

Pero me gustaría que durante unos instantes recordáramos que nuestra Semana Santa también está llena de ojos que miran con devoción, con afecto o con curiosidad, nuestra forma de vivir la FE. Tanta gente que nos visita para admirar nuestras tallas, nuestras procesiones, nuestra cultura. Tantos que vienen para revivir las tradiciones de sus padres y de su infancia y que enseñan a sus hijos a abrir los ojos ante cada paso procesional, explicándoles quiénes son los personajes, cuál es la historia que representan.

Hay muchas manos. Las manos de quienes contribuyen a que todo se desarrolle de la mejor manera posible: las comunidades parroquiales, las cofradías, las familias que trabajan durante mucho tiempo para que todo salga según lo previsto. Las manos de aquellos que mantienen la ciudad limpia, ordenada y adornada para la ocasión. Manos que piden, que rezan, que alaban, que dan, que ofrecen. Muchas manos.

Hay silencio y soledad, porque es tiempo de recogimiento, de acompañar los pasos, de reflexión sobre la propia vida, de FE en aquel que dio la VIDA por nosotros, de oración, de ESPERANZA, de saber que el AMOR es más fuerte que la MUERTE.


Hay Madres, muchas madres, que durante generaciones han enseñado a sus hijos el significado de nuestra Semana Santa; que nos han puesto nuestros mejores vestidos para acudir a las Eucaristías y a las procesiones; que nos han enseñado qué significan estas imágenes; que nos han contado historias entrañables y que, cuando hemos sido mayores y quizá la vida no nos ha tratado bien, nos han llevado en su corazón ante el Señor del Perdón, de la Caída, de la Piedra Fría o el Nazareno. Madres, aquellas que nos acompañan siempre, que nos cuidan siempre, que nos aman siempre; aquellas que nos llevan a Jesús.



Llega la Semana Santa, seguramente como no quisiéramos que llegara, en una situación irreal para todos. Llega la Semana Santa para vivirla desde lo profundo de nuestro SER. Aprovechemos este tiempo para contemplar a Jesús en el Huerto, encarcelado, flagelado, crucificado, muerto y RESUCITADO y dispongamos nuestro corazón para el día que lo podamos volver a recibir VIVO en la EUCARISTÍA.


Buena Semana Santa.