Hace un año, más o menos, nuestra ciudad engalanada se disponía a
celebrar con solemnidad la Semana Santa. Las cofradías estaban preparadas; los
tambores, a punto; los pasos, con sus flores y sus imágenes listas para
procesionar. Palmeros y visitantes, creyentes o no, amantes del arte o
simplemente curiosos, comenzaban a llenar nuestras calles.
Este año, sin embargo, a nuestro alrededor, solo hay silencio y un
sentimiento casi apocalíptico que nos invade. Ahora todo es diferente.
Intentamos mantenernos ocupados en nuestras casas, tratando de no
desesperarnos, mientras el reloj, que sigue marcando el paso del tiempo, y la
vida, que prosigue su curso, nos sitúan de nuevo ante esos mismos días; los
mismos, pero no iguales.
En medio de esta situación tan compleja en la que nos encontramos, me
gustaría que viviéramos este momento como una oportunidad para acercarnos de
una manera distinta a la SEMANA SANTA de Jesús, desde el Domingo de Ramos hasta
su RESURRECCIÓN, y también a la nuestra.
Te invito a que cierres los ojos y traigas a la memoria de tu corazón
nuestras procesiones, nuestros sonidos, nuestros olores. Me gustaría que te
fijaras en algunos detalles: en las miradas, en las manos, en los silencios y
en la Virgen.
Hay muchas MIRADAS
Miradas de misericordia, como la del Señor del Perdón ante las
negaciones de Pedro, que nos recuerdan que para Dios todo puede ser perdonado, incluso
la negación del amigo ante aquellos que lo señalaban como de los suyos.
Miradas de dolor ante una caída por el peso de la Cruz, como recordamos el Miércoles Santo. Porque en esa Cruz van la lucha por la justicia, el dolor de los que sufren, la exclusión de los más pobres, la falta de libertad. Y bajo ese peso cae Jesús, el Señor de la Caída, en el silencio de la noche, arropado por el sonido de las cadenas en la calle Real.
Miradas que se elevan al cielo como un grito desesperado: “¡Padre, que
pase de mí este cáliz!”. Ese clamor escondido en la procesión del Huerto que
nos traslada a aquella noche de angustia y soledad en la que ni los más
cercanos se mantuvieron despiertos junto a Él.
“¡Padre!”; un grito que se prolonga hasta el Calvario, pero esta vez
no para pedir por Él, sino para implorar el perdón para los que lo estaban
crucificando.
Hay muchas MANOS
Manos que alaban y que se unen en los cantos de la mañana del Domingo
de Ramos. Manos que bendicen desde una burra, mientras como Comunidad salimos a
la calle cantando y proclamando a Jesús como nuestro Dios, como el Santo, como el
que viene en el nombre del Señor.
Manos que esperan, sí, que esperan que se cumpla la promesa de Dios
Padre, mientras descansan en el cuerpo inerte del Señor del Clavo, que no habla
de muerte sino de Amor, de vida entregada, de generosidad, de obediencia al
plan de Dios, de esperanza en la Resurrección.
Hay SILENCIO Y SOLEDAD
Simplemente hay que contemplar, o mejor acompañar, al Señor de la
Piedra Fría. Jesús, solo, y ante Él toda su vida. ¿Dónde quedaron sus
discípulos? ¿La gente que lo seguía? ¿Aquellos a los que dio de comer y a los
que sanó de sus enfermedades? ¿Qué quedó de todo aquello? Solo silencio y
soledad. La oscuridad de la noche acompaña la imagen; y la oración de los
fieles, que recorren con ella las calles de esta ciudad.
Hay MADRES
Pero me
gustaría que durante unos instantes recordáramos que nuestra Semana Santa también
está llena de ojos que miran con devoción, con afecto o con curiosidad, nuestra
forma de vivir la FE. Tanta gente que nos visita para admirar nuestras tallas,
nuestras procesiones, nuestra cultura. Tantos que vienen para revivir las
tradiciones de sus padres y de su infancia y que enseñan a sus hijos a abrir
los ojos ante cada paso procesional, explicándoles quiénes son los personajes, cuál
es la historia que representan.
Hay muchas manos. Las manos de quienes contribuyen a
que todo se desarrolle de la mejor manera posible: las comunidades
parroquiales, las cofradías, las familias que trabajan durante mucho tiempo
para que todo salga según lo previsto. Las manos de aquellos que mantienen la
ciudad limpia, ordenada y adornada para la ocasión. Manos que piden, que rezan,
que alaban, que dan, que ofrecen. Muchas manos.
Hay silencio y soledad, porque es tiempo de recogimiento, de
acompañar los pasos, de reflexión sobre la propia vida, de FE en aquel que dio
la VIDA por nosotros, de oración, de ESPERANZA, de saber que el AMOR es más fuerte
que la MUERTE.
Hay Madres, muchas madres, que durante
generaciones han enseñado a sus hijos el significado de nuestra Semana Santa;
que nos han puesto nuestros mejores vestidos para acudir a las Eucaristías y a
las procesiones; que nos han enseñado qué significan estas imágenes; que nos
han contado historias entrañables y que, cuando hemos sido mayores y quizá la
vida no nos ha tratado bien, nos han llevado en su corazón ante el Señor del
Perdón, de la Caída, de la Piedra Fría o el Nazareno. Madres, aquellas que nos
acompañan siempre, que nos cuidan siempre, que nos aman siempre; aquellas que
nos llevan a Jesús.
Llega la Semana Santa, seguramente como no quisiéramos que
llegara, en una situación irreal para todos. Llega la Semana Santa para vivirla
desde lo profundo de nuestro SER. Aprovechemos este tiempo para contemplar a
Jesús en el Huerto, encarcelado, flagelado, crucificado, muerto y RESUCITADO y
dispongamos nuestro corazón para el día que lo podamos volver a recibir VIVO en
la EUCARISTÍA.
Buena Semana Santa.